Opinión
Jordi Cabré
opinión

Puigdemont y el retorno

Muchos hemos hecho el ejercicio, más inconsciente o menos, de establecer un paralelismo entre el conflicto Catalunya-Espanya vivido esta última década y el vivido durante los años 30. Evidentemente, la Guerra Civil no fue solo de eso, pero el debate sobre la autonomía, la república y la independencia estaban explícitamente presentes. Ahora por suerte no hemos tenido que sufrir ninguna guerra, ni los exiliados, presos y perseguidos actuales tienen nada que ver con la magnitud del exilio y la represión de Franco, pero se puede intentar entender el conflicto actualizando los comportamientos y las opciones. Entonces la guerra la ganó Franco. Hoy la independencia la ha parado (suspendida) una España homologada teóricamente a una democracia. Por lo tanto, ya que la cosa afortunadamente no ha derivado en guerra (a pesar del abuso judicial y policial, y la constatada amenaza de un plan de intervención del ejército), podemos pensar que somos una nueva deriva, más pacificada, del conflicto de siempre.

Hoy la independencia la ha parado (suspendida) una España homologada teóricamente a una democracia

Imaginémonos eso: Franco gana, pero no se impone. Es decir, la república española fracasa (y la catalana no hace falta decirlo), pero tampoco está la regresión a un estado autoritario sino con tics autoritarios. Y ponemos por caso que, delante de este casi empate (ni hay república ni hay franquismo), el año 1940 una especie de institución supraestatal denominada Europa o Sociedad de las Naciones impone algunas prescripciones: es decir, pone a raya los juicios políticos, prohíbe la vulneración de los Derechos Humanos, obliga a no desvirtuar el sentido de la ley o del Código Penal y finalmente, después de un (distópico, insisto) juicio supraestatal, determina que Josep Irla, nombrado presidente de la Generalitat después del fusilamiento de Lluís Companys, tiene que poder volver a Catalunya con normalidad y sin cargos.

La república española fracasa (y la catalana no hace falta decirlo), pero tampoco está la regresión a un estado autoritario sino con tics autoritarios

Carles Puigdemont, con toda la distancia, se puede encontrar en una situación similar en un plazo máximo de cinco meses, después de las sentencias del TJUE. La pregunta es: ¿una vez aclarado el tema desde el punto de vista jurídico (por muchas rabietas judiciales que todavía hiciera España), qué papel hará la política? ¿Se pactará su retorno? ¿Habrá una puesta en escena, un Pere Portabella, un sentido de la trascendencia del momento? Ya habrá un presidente de la autonomía (hoy Pere Aragonès), sin duda, pero el problema no es este: el problema es si la proclamación de la República, hecha por Macià el año 31, se podrá (y querrá) reactivar o no. La pregunta ya no será quien preside la Generalitat, sino si Puigdemont encarna otra cosa. Imaginen, por ejemplo, una verdadera “mesa de negociación” que discuta sobre el fondo del tema y, remitiéndose al 27 de octubre del 2017, empiece con un “cómo íbamos diciendo...".

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