Opinión
Jordi Llompart
opinión

Gritos de libertad contra el régimen chino

Por primera vez en muchos años, ciudadanos chinos se han tirado a la calle a protestar contra el régimen por su política estricta de COVID-zero, después de haber sufrido tres años de sacrificios, vacunas y normalización de la pandemia. Las protestas contra los confinamientos forzosos para frenar el coronavirus se extienden a varias ciudades. 

Este fin de semana, hemos visto como ciudadanos de Shanghai, Beijing, Nanjing, Guangzhou, Chengdu y otros, han expresado su malestar por la obsesión de las autoridades de querer erradicar la COVID mediante confinamientos casi tan drásticos como los que tuvieron que soportar durante el inicio de la pandemia. Congelando nuevamente sus vidas, secuestrándoles otra vez la libertad; y finalmente muchos de ellos se han atrevido a romper los moldes del miedo y a tirar proclamas insólitas a favor de la democracia, contra el partido comunista y contra el todopoderoso líder Xi Jinping.

Uno de los rasgos más relevantes de esta dictadura ha sido siempre el dirigismo autoritario para ahogar cualquier tentación de explorar el verdadero significado de la palabra libertad 

En Shanghai, algunos manifestantes han llegado a llamar consignas de queremos “libertad”, palabra que en China no solo resulta poco comprensible para buena parte de la población, entrenada al menosprecio, sino que, además, incomoda muchísimo a las autoridades, acostumbradas a dictar e imponer su voluntad sobre las aspiraciones colectivas e individuales del pueblo desde hace décadas, marca distinguida de esta dictadura “comunista-capitalista” tan peculiar.

Efectivamente, uno de los rasgos más relevantes de esta dictadura ha sido siempre el dirigismo autoritario para ahogar cualquier tentación de explorar el verdadero significado de la palabra libertad, y el ciudadano chino lo ha aceptado, a veces con convencimiento y otros con resignación, como una contrapartida plausible del espectacular crecimiento económico del país. El grado de tolerancia de la población china con la falta de libertades es muy alto, como es sabido. Recordamos que muchos chinos llegaron a justificar la represión sangrante de los estudiantes en la plaza de la plaza de Tiananmen en 1989 y, todavía con más convencimiento, justifican hoy día la represión y el genocidio de los pueblos tibetano y uigur.    

Se ha abierto una pequeña grieta en el régimen; veremos si se ensancha con las ansias de libertad o si, por el contrario, se llena, como es habitual, con el cemento de la represión

Cuando, en varias ocasiones, he tenido la oportunidad de hablar con franqueza con ciudadanos chinos, señalándoles la falta de democracia, de libertad de expresión y de derechos humanos en su país y el indecente trato represivo en el pueblo tibetano, muchos de ellos se han sentido ofendidos y han contestado que no tenían ninguna necesidad de replantearse el sistema político porque con él se han enriquecido, han vivido el progreso mayor económico de su historia, situándose ya, actualmente, como la primera potencia mundial que rivaliza con los Estados Unidos. 

Ciertamente, China, la primera fábrica del mundo, ha disfrutado de tasas de crecimiento iguales o superiores al 10% durante los últimos treinta años, disparando espectacularmente la renta per cápita de la mayoría de sus habitantes, a pesar de los desequilibrios entre regiones urbanas y rurales. Las avenidas urbanas de las grandes ciudades chinas son escaparates de este crecimiento fascinante y vertiginoso, enorgulleciéndose la mayoría de los más de 1.400 millones de chinos. Pero ahora, cuando el control de la pandemia ha puesto a prueba este trato tramposo y poco ético de “dictadura por progreso” y muchos chinos sufren las consecuencias de las decisiones arbitrarias y absurdas de sus dirigentes, confinándolos en las fábricas y en las casas, afectándolos al bolsillo y la salud mental, la crítica al régimen de Xi Jinping empieza a abrirse paso. Se ha abierto una pequeña grieta en el régimen; veremos si se ensancha con las ansias de libertad o si, por el contrario, se llena, como es habitual, con el cemento de la represión. 

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