Opinión
Jordi Cabré
opinión

Tarradellas/ Puigdemont

Con todas las distancias, claro está. Sin transición democrática, claro está, pero sí ante un claro momento de crisis constitucional. Sin tanta regresión a la Guerra Civil, pero sí bajo un ambiente claro de represión judicial y de fascismo creciente. Tarradellas prometió que no volvería si no era una vez restablecida la Generalitat, y lo cumplió, si bien el problema fue que antes tuvo que pasar por Madrid. Mientras. Él incluido. Lo importante es ver como un símbolo de la Generalitat republicana condicionaba su retorno a unos pactos a que garantizaran determinados cambios legales, y supongo que no le supo mal tener que pasar por Madrid porque debió pensar que, al fin y al cabo, Macià también tuvo que pactar la autonomía del 32. Solo que Macià negoció después de haber proclamado una República, y lo negoció con republicanos. En cambio, Tarradellas negoció su retorno con Suárez. Conviene tener presente, sin embargo, que Tarradellas era el representante de una legalidad republicana rota, un miembro de ERC, un hombre de Macià y de Companys El problema es que, como lo que negoció era la autonomía, volvimos allí donde estábamos: en los años previos a la Guerra Civil. Es decir, con el problema “conllevado” pero no resuelto. Ni mucho menos. 

Los años nos han enseñado que no, que no todo era posible. Tampoco pacífica y democráticamente. Por lo tanto, después de las sentencias europeas, veremos en qué términos se reanuda el hilo roto

Puigdemont simboliza la declaración de independencia de Catalunya. Fallida, quizás sí, pero el salto conceptual es considerable: su retorno no se puede negociar ya en términos de autonomía, por mucho que está fuera anulada con el 155, sino en términos de autodeterminación. No se puede permitir, él mismo no se puede permitir, ninguna negociación que no verse sobre eso: ERC se lo puede permitir, porque ha decidido luchar aquello luchable dentro del marco constitucional vigente, pero el retorno de Puigdemont solo tiene sentido si se trata de superar este marco. No significa necesariamente un retorno a la unilateralidad, ya que eso dependería de si el “Suárez” de turno está dispuesto a hablar de soberanía o de referéndum, o no. También dependería de los próximos resultados electorales, en Catalunya y en España, y de si el escenario que apuntan es de negociación o de choque frontal. También a Tarradellas se lo minimizó, se lo olvidó: jurídicamente no representaba a nadie, y tampoco lo votó nunca nadie. Era un hombre refugiado en Francia, poco más. Y, sin embargo, se le tuvo en cuenta para simbolizar el retorno a un escenario donde todo parecía más posible. 

Puigdemont simboliza la declaración de independencia de Catalunya. Fallida, quizás sí, pero el salto conceptual es considerable: su retorno no se puede negociar ya en términos de autonomía

Los años nos han enseñado que no, que no todo era posible. Tampoco pacífica y democráticamente. Por lo tanto, después de las sentencias europeas, veremos en qué términos se reanuda el hilo roto. Que nadie se haga ilusiones, pues: aquí no se ha acabado nada. ¿Por dónde íbamos?