Opinión
Jordi Cabré
Tiempo de lectura: 5 minutos
opinión

¡Hola, Queta! ¿Cómo está la norma?

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La Norma era una chica dibujada por el añorado Lluís Juste de Nin, aparecido el Sant Jordi de 1982 para promover por todas partes la campaña de la Generalitat “El catalán, cosa de todos”. Aparte de ser un personaje simpático, su nombre se asociaba a “normalización” pero también a “norma”: el año 1983 se aprobaría la Ley de Normalización Lingüística en el Parlamento de Catalunya, que tenía como objetivo prioritario la recuperación de la lengua en los usos oficiales, en el sistema educativo (es el origen de la inmersión lingüística) y en los medios de comunicación públicos, además de hacer explícito el apoyo institucional a su uso social. 

En una Catalunya independiente sería conveniente que el catalán fuera la única lengua oficial (ya que ni siquiera estados independientes como Andorra, no tienen bastantes instrumentos para protegerla)

La Queta aparece el año 2005, cuando la Generalitat puso en marcha la campaña “Da cuerda al catalán” con el objetivo de concienciar la población sobre la necesidad de hablar la lengua propia. Concretamente, se pretendía que los recién llegados utilizaran el idioma sin pensárselo (habla sin vergüenza), o pedir a los catalanohablantes que lo utilizaran en cualquier ambiente (habla con libertad o para empezar, habla en catalán). Ahora reaparece bajo el eslogan 'Probémoslo en catalán'. Mucho por hablar, mucho por vivir, con uno (también simpático) spot donde intervienen The Tyets, Koers y Marala (los primeros, por cierto, con sus canciones están porsí solos recuperando mucho más orgullo para la lengua y la cultura que cualquier campaña institucional). Esta vez la campaña no va acompañada de ninguna norma, ni de ninguna ley. 

La última Ley de Política Lingüística es de 1998 (aprobada a pesar de los votos en contra del PP y de ERC) regulaba el uso de la lengua en el ámbito institucional, la onomástica, la enseñanza, los medios de comunicación y las industrias culturales, así como en la actividad socioeconómica y todo fijando criterios de impulso institucional. Para muchos expertos, la aprobación de esta norma comportó la evolución de la comprensión del catalán entre la población catalana adulta del 53,1% el año 1983 al 83,2% en el 2012. Y de aquí viene la consiguiente pregunta: ¿nos corresponde, aparte de hacer quetas, hacer normas? ¿Es el momento de actualizar nuestra normativa con respecto a la protección del uso de la lengua?

Es un debate delicado, porque el criterio filológico choca con el criterio político o incluso sociológico. Dicho de otra manera: desde el punto de vista filológico y para garantizar el uso y el prestigio del catalán, en una Catalunya independiente sería conveniente que el catalán fuera la única lengua oficial (ya que ni siquiera estados independientes como Andorra, que así lo hacen, tienen bastantes instrumentos para protegerla); y, en cambio, desde el punto de vista de un sociólogo o de un político, todo es mucho más complejo porque se trata de ver si la población está preparada para la posible norma, y viceversa. Es decir, saber si hay bastante consenso. Sin embargo, el hecho de que no se haya reabierto este debate responde sin duda a una doble razón: primero, el recuerdo de los incómodos debates que provocó la norma de 1998 (tenemos letreros de las tiendas en catalán gracias a esta ley), y, en segundo lugar, el miedo descomunal a perder más de lo que se pueda ganar: es decir que, tal como se han puesto los tribunales en este tema desde la sentencia del Estatuto, regular puede comportar tener que hacer marcha atrás en varios aspectos para satisfacer un “bilingüismo” tan artificial, como, casi siempre, cargar de intenciones malévolas hacia el futuro de la lengua propia. El aviso de tiro en el pie es comprensible.

Lo que sí que no entiendo es que no entramos en el debate. Lo que no puede ser es esta enfermiza obsesión a ser los más amables y los más comprensivos, olvidando la necesidad de toda cultura de poner sus límites por debajo y actualizarlos: en Justicia, por ejemplo. En cine, donde cada intento de regulación ha chocado con un sector impermeable. En plataformas digitales, donde suerte hemos tenido de las eficaces negociaciones rufianesques aprovechando todas las coyunturas políticas favorables y todas las mesas de diálogo invocadas. En actualización por las sanciones por falta de atención a los catalanohablantes en establecimientos públicos o privados. En el incremento medidas de fomento, tanto con respecto al uso como con respecto a la creación y difusión de contenidos. En etiquetado, en publicidad, en reglamentos internos y de usos de la Corpo, en la cooperación con otras tierras de habla catalana. Y todo no en contra de nadie, Dios nos libre, sino por pura y simple protección de nuestros derechos y por impulso de aquello que es nuestro y singular.

¿Nos corresponde, aparte de hacer quetas, hacer normas? ¿Es el momento de actualizar nuestra normativa con respecto a la protección del uso de la lengua?

Quizás sí que todo es un melón peligroso, pero los melones peligrosos no se tienen que dejar de abrir por miedo. Que me den otra razón, pero no el miedo. Si de lo que se trata es de falta de consenso, señalen Ustedes los partidos que no están de acuerdo con esta nueva propuesta de consenso. Ah, que estamos hablando del PSC y que al PSC, socio principal del gobierno, ahora no se le puede tocar este tema porque ya no es el PSC de antes. De acuerdo, ya lo entiendo. Pero entonces espérense, y con miedo de la de verdad, el día que vuelvan a presidir a la Generalitat.

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