Opinión
Jordi Cabré
Tiempo de lectura: 3 minutos
opinión

Pacificar las calles

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Ya tenemos Consejo de Cien pacificado, es decir sin coches. No es que este concepto esté mal: es que la paz siempre tiene un precio, y pacificar puede querer decir demasiado a menudo anestesiar. Si el gran plan del Ayuntamiento de Barcelona es pacificar, el riesgo es llevarnos a la paz de los cementerios. El equilibrio es delicado, evidentemente, pero si se rompe se puede convertir una ciudad viva y espontánea en un balneario aséptico, sin alma, sin ambición, sin vigorosidad sin embargo (eso sí) pacificadísimo. Me temo que tiene algún paralelismo con el “Proceso”: decíamos que las calles serían siempre nuestras, pero ahora las calles sobre todo tienen que respirar paz. Concordia, alegría, alegría. ¿Quién puede estar en contra de todo eso? Nadie, claro está. Nadie puede estar en contra de la paz. Ni siquiera Franco se ahorraba celebraciones sobre “treinta años de paz”.

Lo que me preocupa, por lo tanto, no es la idea de pacificar una calle, sino la pertenencia de esta idea a un plan|plano más general de anestesia ciudadana. Mientras hablamos de Superilles, no hablemos de cómo Barcelona va expulsando a sus habitantes; mientras hablamos de bienestar, no hablemos del malestar; mientras hablamos de menos coches, no hablemos del sistémico desastre de Rodalies; Y mientras hablamos de paz, no hablemos de independencia. Hay una forma de paz que tiene que ver con el ibuprofeno, con el calmante, con la morfina, y que te deja una sonrisa de idiota en la cara mientras aprendes a deshacerte de tus problemas. Hay una manera de pacificar las calles que es cambiar el tema, aparcar el conflicto y marcar la raya del debate entre el humo de los coches y los pajarillos de los árboles. Como el problema grande no se puede resolver, vamos a hablar de pequeñeces. Cuántos carriles bici vuelos en la Vía Augusta, rey. En eso, seremos tan proactivos como haga falta.

Simplemente, parece mentira que una opción contestataria y antisistema como la de Ada Colau se haya transformado en la máxima expresión del aburguesamiento general, las soluciones pequeñas, el preciosismo estético y el dogmatismo que lo quiere justificar todo a golpes de urbanismo táctico. Si no podemos resolver la pobreza, hacemos que la ciudad solo sea para ricos. Problema resuelto. Y los ricos tienen este tipo de debates: no sé si me conviene una Via Laietana pacificada, porque quiero llegar rápidamente al Set Portes. No me hables de independencia, que eso solo trae problemas. No me hables de justicia social, que justicia social es una calle central transformada en una plaza dura. Como no saben resolver los temas, se aburren y nos quieren aburrir. Pero una cosa es pacificar una calle, y otra cosa es intentar pacificar las almas. 

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