Opinión
David Expósito J.
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opinión

Paradoja en el metro: cómo le quité mi cartera a un carterista

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Con la satisfacción del día previo a hacer un viaje a Europa, me dispongo a cruzar la práctica totalidad de la L4 del metro. 17 paradas, unos 40 minutos de trayecto. Me siento y acomodo entre las piernas una mochila al límite de sus capacidades; del hecho de que las aerolíneas te hagan pagar para subir la maleta al avión ya hablaremos otro día. También coloco la mochila de la cámara y, encima, una chaqueta de invierno.

Sostiene una sobrecamisa tejana que le tapa las manos a ojos del resto, pero no de los míos. “Este me quiere robar, pues lo tiene claro”, pienso. Y así pasamos unas cuantas paradas.

La desconfianza es la madre de la seguridad, que decía Aristófanes, e identifico la presencia de un hombre a mi derecha, de pie. Sostiene una camisa tejana que le tapa las manos a ojos del resto, pero no de los míos. Sospechosamente, estaban demasiado cerca de uno de los (demasiados) bolsillos de mi chaqueta. "Este me quiere robar, pues lo tiene claro", pienso. Y así pasamos unas cuantas estaciones; yo desconfiando de él y él, con actitud sospechosa.

Hasta que una necesidad imperiosa de comprobar que todo estaba en su sitio me hizo buscar dentro del bolsillo. La cartera, con el DNI y el dinero que había sacado del cajero precisamente para posibles contingencias en el viaje, ya no estaba. Me levanto, rebusco dentro de los diferentes (muchos) bolsillos de la chaqueta. Tampoco. Efectivamente, ya me había robado. Quizás en el instante previo al momento en que noté su presencia.

- Enséñame las manos — le ordeno.

- ¿Qué? — responde con acento del este europeo.

- Que me enseñes las manos — insisto, esta vez con un grito que hizo que todo el mundo se girara.

Y se oye un sonido sordo. "Clonc". Miro al suelo. La había dejado caer, como queriendo aparentar que él no tenía nada que ver. La recupero y le insulto, bien fuerte, en un intento de recuperar la autoridad que había perdido después de mi "a mí me quiere robar, pues lo tiene claro". Por dentro, aliviado; "podré coger el avión mañana". Maragall. Se abren las puertas del vagón y aprovecha para zafarse de mi ira y de la mirada de los viajeros de la L4.

Lo siguiente, una cosa muy parecida a una conversación de bar durante un partido, comentando la jugada con los testimonios más próximos. Como si lo que acababa de pasar hubiera sido "una más" de los famosos carteristas. De hecho, lo era. Impunidad, que le llaman. Esta es la conclusión número 1 que saco; no descubro nada, lo sé. La segunda es que, si se lo hacen a alguien que está en alerta y que, incluso, se lo espera... ¿a quién no se lo harán?

Esta había sido “una más” de los famosos carteristas de Barcelona. Impunidad, que le llaman. Si se lo hacen a alguien que está en alerta y que, incluso, se lo espera... ¿a quién no se lo harán?

Una lástima que estos indeseables formen parte de nuestra ciudad. "¿Barcelona? ¡Uh, allí roban muchos relojes!", me dijo tiempo atrás el propietario de un bar en Venecia al responderle de dónde soy. Relojes, carteras, móviles... Tanto les da a estos profesionales de su "trabajo".

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