Opinión
Marta Roqueta Fernàndez
Tiempo de lectura: 4 minutos
opinión

El colapso es evitable

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No hay certeza más trágica para la humanidad que la constatación de que el colapso medioambiental es evitable.

Si la catástrofe llega cuando nosotros morimos, confrontar la inevitabilidad será tarea para generaciones futuras

Disponemos de las herramientas para paliar sequías, tenemos los conocimientos para cortar de cuajo las emisiones de gases contaminantes, sabemos como explotar de forma sostenible los recursos naturales. Aunque algunos de estos procesos todavía se tienen que refinar, hay bastante talento y conocimiento para hacer que respetar la naturaleza no sea incompatible con el bienestar de todos los seres vivos. Sin embargo, hemos sincronizado el destino del humano como colectivo al del humano como individuo. Si la catástrofe llega cuando nosotros morimos, confrontar la inevitabilidad será tarea para generaciones futuras. Ellas morirán porque nos hemos muerto nosotros, cosa muy diferente en que ellas mueran porque nosotros también moriremos.

Mark Fisher escribía que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. La escritora Layla Martínez le ha dado la razón observante la facilidad con que los intelectuales de izquierdas cultivan el pesimismo a la hora de imaginar ficciones, donde el pasado es visto bajo la lente de la nostalgia y el futuro con la de la distopía. La frase de Fisher nos abre la puerta a pensar la parálisis creativa que genera el realismo capitalista más allá de la incapacidad de plantear una alternativa –o una sacudida– a un modelo económico que nos lleva a la extinción. Imaginar antes el fin del mundo que la del capitalismo es también fruto de la pereza, porque la certeza de evitar el colapso tan solo es posible si la ciudadanía lo evita.

Una lectura de la obra del colectivo ciberactivista Proyecto Una, y de la teoría del pensador Edgar Illas sobre el régimen de supervivencia, nos lleva a reflexionar sobre hasta qué punto el neoliberalismo, y el régimen de relaciones transnacionales que despliega, está planificado para favorecer la supervivencia –no ya el dominio político– de los actores más privilegiados. Eso explicaría por qué algunos de ellos erigen fortalezas para protegerse de las masas enfurecidas cuando todo se vaya al garete, o aspiran a huir en Marte. O por qué propagandistas del régimen, como el economista Xavier Sala-i-Martín, se empeñan en anestesiar al pueblo presentando el capitalismo como algo natural. Olvidando por el camino no ya golpes de estado para afianzarlo, como el asesinato del presidente chileno Salvador Allende, sino la precariedad de muchos catalanes a causa de los recortes en el estado del bienestar y de la aceptación por parte de los gobiernos de la reorientación de la economía hacia la cuadratura de los números en beneficio de la economía financiera y especulativa.

La alternativa al neoliberalismo no es una interpretación del marxismo que ha convertido en dictadura todo país donde se ha impuesto. Tampoco lo son aquellas lecturas dogmáticas que han provocado que una parte del anticapitalismo occidental esté desubicado en cuestiones tan diversas como la guerra de Ucrania o las reivindicaciones de los movimientos feministas, antirracistas o LGTBIQ. La alternativa es hacer que el objetivo de toda política estatal y transnacional sea el bienestar de todos y cada uno de los seres vivos humanos y no humanos, cosa que pasa por asumir que toda doctrina económica, capitalismo incluido, que no lo permita es obsoleta. Avanzar en esta dirección implica, sin embargo, mucho más trabajo que actuar como si todo estuviera perdido y tuviéramos licencia para exprimir el planeta tanto como podamos porque (le) quedan cuatro días. Mientras seguimos haciendo ver que el mundo se acaba, nadie se plantea por qué multimillonarios como Elon Musk aspiran a terraformar Marte para hacerlo habitable, y no a transformar la Tierra para que lo siga siendo.