Opinión
Jordi Cabré
opinión

Trias

La última vez que hablé con él, solo me dijo que estaría unos días en Londres para pensar. No le gusta que Junts haya salido del Govern, pero su estilo es de reñir sin dramatizar. A mí me parece obvio que acudir a su ojo clínico es una señal que Junts no ha hecho los deberes en Barcelona, pero tampoco creo que se trate de dramatizar, sino ver qué se puede hacer.

La ventaja con que cuenta Trias es que su respuesta no consistirá en una idea por salvar Junts, sino en una idea para salvar Barcelona. Se podrá estar de acuerdo o no, pero Trias quiere trascender sus siglas como ya hacía en época de CiU, en la que precisamente las etiquetas lo molestaban. ERC puede intentar ampliar la base tanto como quiera, pero sin una idea solo se salva a duras penas el partido. Por eso Ernest Maragall, Ada Colau y Jaume Collboni están tan nerviosos: porque todavía es hora que aporten alguna idea más allá de intentar conservar la parroquia. Junts, con todo lo que se ha distraído, todavía puede apelar a alguna cosa más que eso.

La ventaja con que cuenta Trias es que su respuesta no consistirá en una idea por salvar Junts, sino en una idea para salvar Barcelona

Si lo hace, lo hará a su manera. Su estilo me parece mucho más viable en Barcelona que en Catalunya, dónde hablar de la “no dependencia” parece tan razonable como insuficiente. Ya no se trata solo corregir la deriva de una formación demasiado huérfana de perfiles barceloneses, sino sobre todo de recoser las sensibilidades rasgadas desde el trauma del 2017. Tiene razón él cuando dice que Acció Catalana la votaron cuatro gatos, tengo razón yo cuando digo que la Lliga ya no era nada el año 31. La parte más interesante de si Trias se presenta es saber si, después del necesario caos de la revuelta y de las heridas que se han producido, hay un independentismo de orden que ni siga las artimañas de Foment (el fracaso de los Juegos Olímpicos de Invierno todavía tendría que resonar en muchas mejillas) ni, tampoco, gaste la acomplejada pretenciosidad del actual Govern català. Más allá de sí eres de clase alta o baja, el mínimo que se te puede pedir es tener clase.

No se trata sólo corregir la deriva de una formación demasiado huérfana de perfiles barceloneses, sino sobre todo de recoser las sensibilidades rasgadas desde el trauma del 2017

¿Qué quiere decir ser de orden, en un panorama postorden? ¿Qué parte de la imaginación y la energía del 2017 se pueden aplicar a las nuevas ambiciones de Barcelona? ¿Se puede liderar un país entero desde su capital, superando el vacío de ideas de su gobierno? ¿Y se puede, sobre todo, salvar el aburrimiento destructivo de los gobiernos de Ada Colau? Posiblemente, no lo puede hacer una ideología, pero sí que lo puede hacer una idea. Quizás no lo puede hacer un partido, pero sí un estilo. Y quizás lo que verdaderamente echamos de menos en Barcelona es liderazgo

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