Opinión
Joan Julibert
opinión

Con los meados en el vientre

Estos días hemos sabido que el uso social del catalán en Barcelona está bajo mínimos. El distrito donde se habla más es Sarrià Sant Gervasi, un 44% de sus vecinos. En Nou Barris a duras penas llega al 5%. Se han alegado motivos diversos: que si la competencia desigual en el terreno de los contenidos audiovisuales, que si las olas migratorias de cerca de 2 millones de personas en veinte años, que si la falta de apoyo por parte de las instituciones españolas... 

Todos los motivos son ciertos, seguro, y por eso podemos afirmar que estamos ante un fenómeno multifactorial. Ahora bien, tanto el crecimiento exponencial de los contenidos en las pantallas, como el aumento gradual de las personas migradas, cómo la falta endémica de impulso de las lenguas oficiales que no sean el español por parte de las administraciones que orbitan desde Madrid, son circunstancias que vienen de lejos. Y sorprende que sea una vez, si han visto las consecuencias, que ponemos el grito el cielo. Una vez más nos ha cogido con los meados en el vientre.

El uso social del catalán en Barcelona está bajo mínimos. Donde se habla más está en Sarrià Sant Gervasi, un 44%. En Nou Barris a duras penas llega al 5%

Estaría bien que desde Catalunya, además de las responsabilidades exógenas, fuéramos capaces de encontrar las propias. Hay que admitir que hemos caído en la trampa de convertir la lengua en un instrumento de segmentación ideológica, siguiendo el camino marcado por una derecha reaccionaria, que nos hemos espabilado para salvar la lengua en la escuela cuando los jueces ya se habían pronunciado, y admitiendo que funcionábamos con un sistema caduco, y que no hemos alimentado lo suficiente el sector de la cultura para que fuera capaz de ofrecer productos competitivos y adaptados a las nuevas corrientes en nuestra lengua. En definitiva, que durante tiempo nos hemos abierto con una cierta ufanía de un sistema de inmersión que presentábamos como el paraíso del bilingüismo y que se ha demostrado poco eficiente con la transformación de la Catalunya del mundo globalizado. 

Durante tiempo nos hemos distraído con una cierta ufanía de un sistema de inmersión que presentábamos como el paraíso del bilingüismo

Salvar el patrimonio cultural y la lengua, lo es, es picar piedra día tras día e impulsar políticas públicas que lo protejan. Unas políticas que superen el victimismo y el agravio y se enfoquen a destinar los esfuerzos por hacer de la lengua catalana un instrumento útil y atractivo para la comunidad. Si fuimos capaces de hacerlo ahora hace treinta años, con 40 años en las espaldas de prohibición, y utilizando ingenio, talento y recursos, ahora también tendríamos que poder. Y no es una opción, es una obligación. 

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