Opinión
Eduard Pujol i Bonell
opinión

El coche del presidente

Los franceses utilizan la expresión 'trompe-l'oeil', de una sonoridad deliciosa. Son pinturas murales que nos hacen ver lo que, en realidad, no hay. Se trata de engañar el ojo, de hacerlo más feliz. Este artículo tiene alguna cosa de 'trompe-l'oeil'. Os dará la impresión que habla de coches, cuando, en realidad, habla del país.

La gestión simbólica que se hizo durante cuatro décadas fue clave para que Catalunya se plantara a las puertas de la independencia. Saliendo del franquismo, el país no se comportó nunca como una comunidad autónoma. Se cuidaban los intangibles y colectivamente nos sentíamos fuertes y potentes.

Han pasado los años y hay cosas que se mantienen intactas. La materia prima de las personas es la emoción y los países están hechos de personas. En eso estamos donde estábamos. ¿Así, el presidente de Catalunya, ante cualquier situación, solo se tiene que preguntar qué harían los presidentes de Francia o de Italia? Aplicar esta máxima nos habría ahorrado disgustos. Diluir el papel de los intangibles, siendo como somos un país que los necesita, nos ha hecho daño. Hemos aguado los gestos y a menudo nos avergonzamos de lo que es propio. Aparte, hemos rebajado el respeto institucional y todo es relativo.

Saliendo del franquismo, el país no se comportó nunca como una comunidad autónoma. Se cuidaban los intangibles y colectivamente nos sentíamos fuertes y potentes 

La Catalunya que es nación, lo necesita todo para sobrevivir. También cuando hablamos del coche oficial del presidente. Al margen de lo que pueda decir la opinión de Twitter, el vehículo del presidente de Catalunya tiene que ser un coche oficial como el del presidente de España, de Francia o de cualquier país occidental.

Hoy Pere Aragonès -como el presidente Torra- viaja en un Seat Alhambra, un monovolumen que se fabricaba en Portugal. Error. Aunque el futuro de la Seat no depende de que el presidente de Catalunya lleve a uno, es importante que lo haga, pero que lo haga bien.

El poder tiene que tener imagen de poder. El poder tiene que ir vestido de poder, de la misma manera que las estrellas de Hollywood se pasean sonrientes por la alfombra roja de los Óscars, por mucho que los zapatos les aprieten el pie, la muela del juicio no las deje vivir y el traje esté de alquiler.

Cuándo el poder no proyecta poder, entonces estamos hablando de otra cosa. Tarradellas lo sabía y sobresalió. Eran los tiempos en que los políticos catalanes sabían que no podían hacer el ridículo. Volviendo a los coches, Tarradellas se movía con un Dodge Dart negro, Pujol con un Ford Granada azul -que en la época era un cochazo-, y más tarde, con un Audi. Los coches oficiales de Maragall, Montilla, Mas y Puigdemont también fueron de la marca de las cinco anillas. Y con Torra se pasó al Seat Alhambra.

En Francia cuidan la industria propia, pero la industria propia siempre cuida Francia. Mitterrand era mucho Renault. Chirac, de Citroën, como De Gaulle, que sobrevivió a un atentado porque viajaba en un 'Tiburón'. Hoy el presidente Emmanuel Macron se mueve por París con un DS7. Eso sí, lo acompaña un séquito espectacular pleno de sirenas azules y una docena de citroëns, peugeots y renaults, todos made in france -con forma de compacto de cuatro metros o de monovolumen de última generación. A nadie se le ocurriría, por mucha mejor oferta y mejor pliegue de condiciones que haya, que el escolta o los asesores del presidente de Francia, viajaran en un coche checo, como pasa en Catalunya. Eso solo puede ser verdad en el país de la "internacional papanates", que escribía Quim Monzó.

Aquí, aunque pueda parecer lo contrario, el presidente Aragonès no ayuda demasiado a la Seat viajando con un Alhambra y la Seat no ayuda a la institución de la Generalitat, viendo que el presidente se mueve con un coche que hace cuatro días se podía comprar con descuentos estilo mega Black friday a cualquier concesionario. ¿Dónde queda la liturgia presidencial?

El presidente Aragonès no ayuda demasiado a la Seat viajando con un Alhambra y la Seat no ayuda a la institución de la Generalitat

El gobierno tendría que entender la importancia del intangible y ser proactivo, pero los directivos de la casa de Martorell tendrían que haber pensado, ponemos por el caso, al crear un Cupra presidencial, adaptando -por ejemplo- el modelo Terramar, que todavía no ha salido al mercado, a las necesidades del presidente, que es lo que ya habrían hecho los franceses y su grandeza.

¡Sí, escandalizaos, va, escandalizaos! ¿"Un modelo expreso para el presidente, antes de salir al mercado?, qué privilegio, qué abuso"!. Pues no, no señor, nada de opulencia. Se dice sentido de Estado y sentido de la oportunidad. Mientras el país no tenga la energía -o la clase política- para volver a hacer la independencia, el país no se puede deshilachar lentamente, olvidando los intangibles.

El Palau de la Generalitat se tiene que percibir como un espacio de poder. El Palau no puede ser como el Corte Inglés de plaza Catalunya, con puertas abiertas y escaleras mecánicas como si fuera un gran bazar. El Palau tiene que respirar institucionalidad. De la misma manera, el presidente de un país sin Estado, tiene que hacer de presidente de un país con Estado. El día que veáis a Sánchez o Macron, o la italiana Meloni, con un monovolumen con formas de furgoneta, volvemos a hablar, pero mientras tanto, el país tiene la obligación de cuidar la simbología.

El Palau no puede ser como el Corte Inglés de plaza Catalunya, con puertas abiertas y escaleras mecánicas como si fuera un gran bazar

Si queremos ser un país normal, tenemos que actuar como un país normal. Cuando no lo hacemos, nos convertimos en una especie de comunidad autónoma, vencida y cautiva, y nos apartamos de la idea de Estado. Y esta es, precisamente, el jefe de la calle. Este es el sueño de los que querrían certificar la derrota de la Catalunya que se siente nación. En un aspecto que no depende de ningún Tribunal constitucional ni de ninguna ley envenenada, Catalunya no se puede equivocar. Solo tenemos que saber qué queremos ser.

John Fitzgerald Kennedy, que no pisó nunca Barcelona, lo tenía claro. Decía que el éxito era cuidar los detalles. Yo iría un poco más allá. Hoy el éxito sería dibujar un gran 'trompe-l'oeil' que, en el mientras tanto, proteja el país en la tormenta. Se necesitan grandes dosis de institucionalidad inteligente. Estamos en medio del mar, navegamos hacia tierra de nadie y, dicen, dicen, dicen, que hay fondos rocosos en el horizonte.