Opinión
Joan Salicrú
opinión

La revolución de P2

La gratuidad del curso denominado P2 (niños de 2 a 3 años) en los jardines de infancia públicos de toda Catalunya desde este septiembre es una de las medidas estrella del gobierno de Pere Aragonès. Se ha hablado muy poco, probablemente porque en el ámbito educativo el foco se ha puesto en la polémica estrella: el adelanto del calendario escolar a principios de septiembre. Y como se ha hablado poco y las buenas decisiones políticas cotizan mal en el mercado de las noticias, se ha entendido poco la trascendencia extraordinaria que tiene esta medida.

Situémonos. Entre 2012 y 2019, el gobierno de la Generalitat dejó de financiar los jardines de infancia y, en parte, fue la Diputación de Barcelona quien siguió aportando una parte de los recursos necesarios para que los Ayuntamientos y las familias no tuvieran que asumir en solitario los 4.800 euros que valía cada plaza. A partir de 2020, esta situación se revirtió y el gobierno autonómico fue recuperando su participación en la financiación de estos centros educativos hasta que el presidente Aragonès anunció en el Debat de Política General de 2021 la gratuidad de P2 a partir del siguiente septiembre y la extensión del no pago a los otros dos cursos de Pre infantil los próximos cursos.

¿Qué paga –comedor aparte- una familia que lleve a su hijo al jardín de infancia, al mes? En Barcelona ciudad, en función de la renta de los padres, entre 150 y 250 euros. En una familia de dos progenitores donde entren 40.000 euros el año, el total mensual es de 175 euros, por ejemplo. También es verdad que excepto en familias en que sea posible recoger a los hijos al mediodía, en la práctica este coste se dobla por el servicio de comedor (que sigue teniendo que abonarse aparte). Por lo tanto, hablamos de un coste importante para una familia de clase popular o media-baja. A menudo inasumible.

Los jardines de infancia son un mecanismo de predistribución, es decir, un generador de igualdad de oportunidades ya desde el “principio” de la vida de una persona

Eso provoca –a pesar de la “tarifación social” y las becas comedor promovidas por los Ayuntamientos, verdaderos baluartes de este periodo educativo- que en muchos casos estas familias opten para que, o bien la madre, o bien los abuelos, sean quien se ocupen de los niños en el día a día desde que nacen hasta que van a Educación Infantil a los tres años (de hecho, solo 4 de cada 10 niños están escolarizados en esta etapa). Estos niños, por lo tanto, están mucho más en casa, se relacionan menos con niños de su edad, si son de padres no nacidos en nuestra casa, aprenderán los idiomas propios mucho más tarde... es decir que, para todos ellos, estos primeros tres años de vida suponen un periodo de clara desventaja con respecto a los niños que sí que van a los jardines de infancia y que muy difícilmente se revertirá cuando empiecen a ir a la escuela. Ya será tarde.        

¿Por qué digo que la medida del gobierno Aragonès es trascendente? Porque la gratuidad de P2 (en los centros públicos, los privados “solo” tienen una subvención de 800 euros por alumno) ha incentivado toda una serie de familias de nuestro país a dar el salto y decidir llevar a sus niños en los jardines de infancia, cada día, de 9 a las 12 y media del mediodía y de 3 a las 4 y media de la tarde. De hecho, no solo ha subido la inscripción de cara a P2 sino que algunas familias han decidido hacer un esfuerzo económico y llevar ya a sus hijos a P1, en la previsión que el año que viene no tendrán que pagar el coste de P2. Sin embargo, sobre todo porque estas familias viven una revolución desde hace dos meses y pico: todas aquellas madres que hasta ahora se ocupaban mayoritariamente de sus hijos pueden o bien estudiar o bien trabajar o al menos plantearse una nueva vida emancipada de esta carga familiar. Y los menores que han empezado a ir al jardín de infancia no perderán el ritmo en su proceso de aprendizaje, compartirán aula con otros niños y aprenderán nuestras lenguas –en caso de que sus padres no las dominen- mucho antes de lo que lo habrían hecho hasta ahora.

La gratuidad del P2 ha incentivado a toda una serie de familias de nuestro país a dar el salto y decidir llevar a sus niños a los jardines de infancia

Ni hay que decir lo que supone de transformación personal y familiar esta nueva realidad. No en vano, los economistas arguyen que los jardines de infancia son un mecanismo de predistribución, es decir, un generador de igualdad de oportunidades ya desde el “principio” de la vida de una persona. Eso se opone a la lógica redistributiva, que entra en acción cuando las desigualdades ya se han evidenciado de una forma fehaciente y lo que se intenta es mitigar el problema.  

En mi ciudad, Mataró, son 140 familias las que pidieron plaza al principio de curso para P2 y también para P1, cosa que ha obligado el gobierno local a reabrir cinco aulas cerradas de escuelas situadas en los barrios con más inmigrantes (Rocafonda i Cerdanyola) y a contratar de cara a 2023 seis nuevos profesionales. Claro está, en la capital del Maresme tenemos una suerte: no hay ningún niño que quiera ir a un centro educativo de Preinfantil que no lo pueda hacer por falta de plazas. De hecho, todavía tiene un centenar largo de plazas por llenar. No tenemos Auditorio, por citar un ejemplo, pero históricamente los gobiernos de izquierdas que lo han gobernado casi en todo el periodo democrático han hecho una apuesta muy fuerte por el jardín de infancia. Pero eso es una excepción, no la norma, en las grandes ciudades catalanas. A la inmensa mayoría faltan plazas; la demanda no queda cubierta por la oferta.      

No está escrito en ningún sitio que tengan que ser directamente los ayuntamientos los que creen las plazas de jardín de infancia necesarias (en l'Hospitalet por ejemplo, hay tres centros dependientes de la Generalitat y seis del consistorio local), pero en todo caso es la colaboración entre la administración autonómica y los Ayuntamientos la que puede ir resolviendo esta situación y fundamentando así una política pública de primera división en un tema tan relevante como el de la educación de los cero a los tres años. Que nos podría acercar, ahora sí y al menos en un aspecto, a la Dinamarca del Sur.