Opinión
Albert Brosa Sánchez-Maroto
opinión

Cuando veo a los políticos, apago la tele

Que muchas personas viven del egoísmo y se alimentan de la crítica destructiva y perversa hace tiempo que lo sabemos. Sabemos que criticar es gratuito y que los que practican este deporte nacional se expulsan las pulgas continuamente, no se equivocan nunca, siempre son los otros. Y esta actitud es perenne. Lo hacen con la boca pequeña, en pequeños grupitos, no vaya a ser que se sepa. Pero casi todo se acaba sabiendo. Siempre hay alguien que lo acaba explicando. Porque el hambre destructiva es adictiva. 

El problema llega cuando esta actitud crea escuela y suma adeptos. Se contagia, va deprisa y se traslada a todos los ámbitos. Esta distorsión social se ha acabado instalando, también, en la cosa pública. La política, que en la antigua Grecia se definía como el arte de servir desinteresada y generosamente a los otros, ha acabado cogiendo una forma tenebrosa. La defensa del bien común, el bienestar social y la mediación de los problemas de las personas se ha alterado y manipulado hasta el punto que en muchos momentos vivimos más un espectáculo de la política del todo se vale, y en cualquiera. El problema es que se hace a costa de los votantes. 

La defensa del bien común, el bienestar social y la mediación de los problemas de las personas se ha alterado y manipulado

Todo ha subido de tono y ha cogido un camino tan pedregoso que parece difícil de reconducirlo. Se ha viciado la mala política y de tanto viciarla se da por buena. Y eso también ha hecho buenas las teorías de la extrema derecha, que se catapulta hacia arriba mientras otros se perpetúan en su batalla monumental. 

Ni las encuestas más dolorosas sobre desafección política consiguen apaciguar la ira y el afán de la imposición del poder. Van ciegos. Continúan instalados en la pugna permanente. 

“Cuando veo a los políticos, apago la tele”. Esta es una de las frases que destaca la última encuesta del Centro de Estudios de Opinión (CEO) cuando se les pregunta sobre la política y los políticos. Un 78,5% creen que los políticos solo buscan el beneficio propio. Nadie se extraña de la tendencia, muchos se lo han ganado a pulso y pocos saben cómo hacerle frente. 

La desconfianza con la política se ha enquistado tanto que ya es estructural. Ni el 15M del 2011 ni el proceso de independencia de Catalunya del 2017, que han registrado las últimas grandes movilizaciones ciudadanas, han servido para reencontrar ciudadanos y políticos. Fueron momentos potencialmente únicos, pero no se supieron aprovechar ni mantener en el tiempo. Dos grandes oportunidades para rehacer puentes, una frase que sirvió de escudo para algunos durante unos años, y que ha acabado por destruirlos todavía más. 

Y delante de este desierto político me rebelo. En todos los que nos gusta la política, de verdad, nos tendría que provocar una rebelión. A mí me interesa la política, y no soporto los comentarios que ponen a todos los políticos en el mismo saco. Qué fácil es decir “todos son iguales” cuando muchas veces lo dicen, con la cabeza alta, aquellos que se sienten molestos cuando se lo dicen de su ámbito profesional. Es injusto señalar a todos los políticos como también lo es señalar a todos los ciudadanos. 

A todos los que nos gusta la política, de verdad, nos tendría que provocar una rebelión. Tenemos que reclamar la buena política. Porque está. Existe. Algunos la hacen

A veces hacer bien las cosas es complicado, es más lento, pero se llega más lejos. Es más fácil hacerlas mal, es más rápido, pero se cae más bien. 

Cuando los ciudadanos dicen estar cansados de la política y que no se creen a sus políticos es porque se hacen muy mal las cosas. Las crisis económicas y sociales no son buenas aliadas para la política, es cierto, más bien lo complican todo. Pero ante las dificultades hacen falta transparencia, humildad y franqueza. 

Algunos creen que escondiendo las cosas -o no diciendo toda la verdad- se hace sufrir menos a la colectividad. Quizás sí. Pero cuando emerge la verdad, y esta siempre acaba saliendo, es cuando hace más daño. Hay que tratar a los votantes como adultos y no como polichinelas

Vivimos en la era de la comunicación y es cuando estamos menos (bien) informados. Los mensajes van tan rápido que se ha optado por el lado opuesto, el de callar por si acaso. Y se acaba sabiendo. Y lo saben, pero siguen haciendo la puta y la ramoneta. Los ciudadanos queremos saber qué pasa y porque pasa. 

No se explica todo por el miedo a las consecuencias de la verdad y si esta puede hacer traquetear el sitio cuatro años más. El miedo no sirve para nada, crea desafección a alta velocidad y se percibe. Hace falta más transparencia y no es suficiente al crear portales a internet -que los deben leer cuatro gatos- con cifras y buenas intenciones para justificar la intención. 

Es necesario explicar las cosas. No de cualquier manera. Hace muchos años que practico el periodismo de proximidad. Los que me lo enseñaron son unos convencidos que aquello tan simple de mostrarse próximo tiene una fuerza increíble. Lo constato. No es el más fácil, porque te muestras tal como eres y vas de cara, pero es el más efectivo y agradecido. Ser próximo y amable te hace ser buena persona. 

Y la buena política, aquella que se debe al bien común, tiene que poder decir las cosas tal como son y no como las quiere oír la gente. Si tenemos que hacer frente a la cruda realidad, hagámoslo colectivamente y empecemos por el principio: explicándonos todas las verdades.

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