Opinión
Miquel Pellicer
opinión

Anatomía de las mentiras

“Los profesores pueden pasar consoladores, juguetes anales y lubricantes,” decía en una conferencia la congresista norteamericana Marjorie Taylor Greene, una de las políticas más tóxicas de los Estados Unidos. Taylor Greene, defensora del movimiento ultra QAnon, se quejaba de las políticas de educación sexual. Sus argumentos, los mismos que en las últimas elecciones utilizaba Jair Bolsonaro: los maestros quieren que nuestros hijos sean gais. Falacias contra todo aquello que suene mínimamente liberal

La desinformación no es un fenómeno nuevo. La velocidad de contagio de las mentiras, sí; afavoridades para el entramado mediático a su alrededor

En España es habitual que en algunas tertulias ultras se cuestione el género de la mujer del presidente del gobierno Pedro Sánchez. Las redes sociales estallan y los trolls empiezan a difundir estas y otras mentiras que en un primer término han lanzado tertulianos. Los mismos tipos de discursos con fake news, ya sea a los Estados Unidos, Hungría, Brasil o Madrid. Las mismas mierdas, los mismos patrones. 

  1. La clave son las emociones. Nos empeñamos en hablar de educación o racionalidad cuando queremos combatir las fake news. No, las mentiras nos reconfortan y son un gran instrumento de reafirmación emocional de nuestras creencias. El llamamiento a la acción de tus seguidores implica interpelarlos a través de los sentimientos. El odio, el miedo, la indignación, la duda...
  2. Temas clave. Desde la pandemia de la covid hemos visto como la desinformación basada en las vacunas, el confinamiento, el origen del virus, las medidas gubernamentales y los intereses económicos han sido temas recurrentes. La salud se une a cuestiones como el sexo, la diversidad sexual, la violencia contra los niños y otros ámbitos que se convierten en tabúes, pero que son conectores para generar estos sentimientos que enumeraban. 
  3. Cámaras de eco. Cada vez es más habitual que a los algoritmos de las redes sociales que segmentan nuestra visión del mundo se añadan entornos mediáticos creados como alternativa a los medios de comunicación tradicionales. Las ideas ultras llegan a través de medios alternativos, nuevas redes sociales, foros o apps de mensajería como Whatsapp o canales como Telegram. En los Estados Unidos, ganan peso plataformas como BitChute, Gab, Gettr, Parler, Rumble, Telegram o Truth Social para consumir información sesgada. 
  4. Polinización. La desinformación no es un fenómeno nuevo. La velocidad de contagio de las mentiras, sí; favorecidas por el entramado mediático a su alrededor. A menudo nos llegan a través del teléfono móvil, informaciones, memes o noticias de las cuales desconocemos el origen. Transportamos los granitos de polen a nuestros teléfonos y los distribuimos entre nuestros contactos con un mínimo filtraje y contraste. Podemos firmar para que no sacrifiquen un perro que ha mordido a un ladrón sin saber si el perro existe o si aquello es una mentira camuflada por el partido de la Reconquista
  5. Lenguaje propio. Se distribuyen las mentiras en formatos de consumo rápido: vídeos, capturas de pantalla, fotografías o montajes audiovisuales. Detrás hay una verdadera industria de la creación de contenidos.
  6. Economía del odio. La maquinaria de la desinformación es una forma más de obtener atención mediática y ganancias económicas. No es solo que haya empresas que ofrezcan servicios para generar todos estos contenidos. Conferencias; merchandising; programas de televisión, radio o plataformas digitales; campañas políticas; anuncios y libros. Un largo etcétera de beneficios económicos gracias a la conspiración.

Identificamos unos patrones comunes en las fake news de todo el mundo. Conocer estos patrones pueden servir para combatirlas

Identificar como se gestionan las mentiras, como y por qué surgen, es fundamental para comprender que la idiotez humana puede ser profunda y nos puede dejar grandes momentos para la Historia, como cuándo Taylor Greene denunciaba a la “policía gazpacho” que patrullaba por el Capitolio. La congresista confundía la popular sopa fría con la Gestapo…