Opinión
Albert Brosa Sánchez-Maroto
opinión

¡Vótame que haré lo que quieras!

La política es estrategia, pero a veces se convierte en tacticismo. Y cuando pasa la esencia de la auténtica política pierde todo el sentido. Claro que en los últimos tiempos eso de la autenticidad lo tendríamos que poner entre muchas comillas. 

El tacticismo es una macabra manera de enfocar los objetivos. Es cuando se toman las determinaciones desde una perspectiva destructora. En comunicación interpersonal el símil sería la discusión basada y mantenida en la rabia. Cuándo dos personas hablan airadamente bajo la sombra de este sentimiento el diálogo no acostumbra a tener un buen final.

La política es estrategia pero a veces se convierte en tacticismo

La política la hacen las personas y, por lo tanto, está gobernada por las emociones. Y bajo este precepto se producen todo tipo de reacciones que conducen a tomar decisiones poco meditadas y muy compulsivas, cocinadas desde el orgullo y el egocentrismo. 

Después de comernos los turrones empezará la (auténtica) campaña por las elecciones municipales. No perdamos de vista esta convocatoria porque tiene más importancia de la que muchos le dan o le quieren dar. 

Las municipales del 2023 tendrán un papel determinante por varios motivos. El primero; calibrar la fuerza de cada partido político. No olvidamos que los papeles están muy repartidos, son dispares y cada uno baila a su ritmo. El segundo; los pactos postelectorales. Porque el resultado de las urnas no garantiza la gobernabilidad -a menos que se trate de una mayoría absoluta. La fuerza y los pactos, pues, son directamente proporcionales uno del otro. 

Las municipales del 2023 tendrán un papel determinante para calibrar la fuerza de cada partido político y los pactos postelectroals

La noche de las elecciones municipales hay unos mapas que tienen un interés especial por los partidos políticos. Son aquellos mapas de colores (turquesa, amarilla, roja...) con el cual se pintan las comarcas, con un especial interés en la zona más poblada de Catalunya, y el de las demarcaciones. Los partidos mantienen una lucha encarnizada para ver qué color será el predominante, a cuántos municipios ganan y qué alcaldías tendrán.

En la última convocatoria municipal, la de 1999, se produjeron una serie de reproches entre JxCat y ERC por haberse entendido con el PSC en varios municipios. De hecho, fue Junts quien acusaba a los republicanos de hacerlo para “robarle las alcaldías. Si aquella situación se produjo en un marco de “entendimiento” entre las dos principales fuerzas independentistas, me pregunto qué puede llegar a pasar dentro de cinco meses con la primera convocatoria postruptura del Govern y un difícil acuerdo para pactar los presupuestos. Ojo con los cuchillos. 

Desde esta perspectiva es importante hacer una reflexión previa. Nos encontramos en un momento en el cual las fuerzas políticas independentistas no se ponen de acuerdo, están más alejadas que nunca entre ellas -y de la ciudadanía- y esta actitud reactiva con el proceso provoca un desencanto generalizado. 

En una de las últimas conversas que el presidente Artur Mas mantiene en su canal de YouTube, bajo el título ‘A favor de la política’, hablaba sobre esta cuestión con el presidente de Òmnium, Xavier Antich. Durante el diálogo hay un momento que me parece interesante, cuando el presidente Mas pregunta si este desencanto puede provocar una debilitación de la mayoría soberanista que se tiene desde el 2012. La respuesta es difícil de responder con una sola palabra y posiblemente necesita matices. Si bien es cierto que a las elecciones municipales se vota en clave local, no es menos verdad que hay un seguidismo de siglas y es la antesala de las elecciones en el Parlamento

A ‘A favor de la política’ el presidente Mas pregunta si este desencanto puede provocar una debilitación de la mayoría independentista que se tiene desde el 2012

Hay un porcentaje de votantes que mantienen la fidelidad con un partido concreto. Y, desengañémonos, convencen más unas siglas que muchos programas electorales. Son largos, densos, en exceso de literatura y difícil de creerse. 

Vuelvo al principio. Cuenta con la política del tacticismo porque se puede convertir en un boomerang de trayectoria imprevisible. Durante los últimos ocho años se ha hecho una construcción soberanista lenta, pero afectiva, que ha tenido la virtud de aglutinar por una causa la política y los ciudadanos independentistas. Construir costa mucho y destruir, muy poco.  

Por lo tanto, las fuerzas políticas tendrían que tomar nota de este futurible, no sea que la caída sea en picado y cuando pase ya sea demasiado tarde. 

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