Opinión
Albert Brosa Sánchez-Maroto
Foto: Fachada de la tienda del núcleo de La Canya, al municipio de la Vall de Bianya
opinión

La extinción del pueblo

“Tienda de pueblo (comercio de proximidad). En peligro de extinción”. Son las palabras que hay imprimidas en un cartel de grandes dimensiones que está colgado en la fachada de una tienda del núcleo de La Canya, en el municipio de la Vall de Bianya, en la comarca de la Garrotxa y que ha pasado de generación en generación desde 1929. Es un establecimiento que está ubicado a primera línea de la carretera principal que cruza este núcleo. 

Vi el cartel un día por la mañana y me llamó la atención, hasta el punto que di media vuelta en la siguiente rotonda para fijarme. Me impactó fuertemente y me provocó una reflexión, en muchos sentidos, porque es un texto que dice muchas cosas en pocas palabras. 

La palabra ‘pueblo’ ha tenido siempre una consideración social relacionada con una manera de hacer y pensar muy concreta. Es una palabra preciosa, de gran belleza. Por una parte, define a la entidad más pequeña de la población y que aglutina el pensamiento de las costumbres locales, del estilo de vida más rural vinculado al entorno natural que lo rodea. En el imaginario colectivo es una palabra entrañable, muy nuestro. Es curioso que una palabra que se refiere a una pequeña unidad de convivencia haya tenido una evolución histórica de tal magnitud que también lo utilizamos como sinónimo de nación; el ‘pueblo de Catalunya’. 

La palabra ‘pueblo’ es una palabra preciosa, de gran belleza. Define la entidad mes pequeña de la población y al mismo tiempo es sinónimo de nación 

Visto así, cuando nos referimos a la ‘tienda de pueblo’ seguramente nos lo miraremos con otros ojos. Es aquel establecimiento que abarca de productos a la gente que vive allí. En cierta manera, las personas que están detrás de los mostradores de las tiendas de pueblo tienen una gran responsabilidad y un papel determinante para la supervivencia de la gente del pueblo. Sin ellos los ciudadanos se quedarían sin los productos básicos. Así pues, las tiendas son el latido de los pueblos porque, en parte, garantizan la continuidad. Un pueblo sin tienda no es un pueblo. 

‘La tienda de pueblo’, a nuestros días, es el ‘comercio de proximidad’, que en el cartel se lee entre paréntesis. Es el establecimiento próximo a los ciudadanos, el que nunca falla y siempre está. Detrás del mostrador hay un vecino, una vecina o en algunos casos quizás también un familiar cuya viabilidad depende de nuestro compromiso de seguir comprando. Al final es un acuerdo entre las dos partes; permanencia a cambio de fidelidad. 

El tendero es una persona de proximidad que, incluso cuando tiene la persiana bajada, podremos tocar el timbre de su casa para pedirle que nos pueda vender aquello que nos hemos olvidado antes. Y claro, mientras la tienda pueda estar abierta, también garantizamos la continuidad del negocio. 

Detrás del mostrador hay un vecino, una vecina o en algunos casos quizás también es un familiar

Detrás de este sentimiento bucólico y rural está la frase lapidaria, ‘en peligro de extinción’. Hay pocas palabras que sean tan terroríficas. ‘Extinción’ es sinónimo de destrucción, de degradación, de la nada. Es totalmente negativo. Pues ahora leemos de nuevo toda la frase escrita en la fachada: “Tienda de pueblo (comercio de proximidad). En peligro de extinción”. Es de una tristeza profunda. Es el grito de desesperación de una familia que generación tras generación han estado detrás de un mostrador dándolo todo al pueblo y, ahora, cuelga de un hilo.

Si desaparecen las tiendas también lo hacen los pueblos y con ellos el trato de tú a tú, la sonrisa, la complicidad, la amistad. ¿Y si todo eso desaparece, qué nos queda?

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