Opinión
Maria de la Pau Janer
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Banksy: okupa del mundo

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Es el hombre invisible, el desconocido, el gran misterio. Después del éxito de la exposición “The world of Banksy”, el Espacio Trafalgar de Barcelona se convierte en museo permanente del maestro del Street Art. Además del centenar de obras que ha habido durante tres años en la exposición, se añaden una treintena. 

Se le han atribuido distintas identidades, pero es imposible probarlas. Solo un número reducido de personas saben quién es. Incluso sus padres lo ignoran: creen que se dedica a la decoración. 

Las incógnitas generan expectativa y los misterios sorprenden. Dicen que nació en Iot (Gloucestershire, Gran Bretaña) a mediados de década de los setenta. Vivió en Bristol. Desde muy pequeño descubrió la pintura con espray. En sus escasas declaraciones, asegura que creció viendo pintar con espray, mucho antes de que se popularizara la técnica. 

¿Es el desconocimiento de la identidad de Banksy la clave de su popularidad? Rotundamente no. En tiempo de sociedades sumisas y monocromáticas, representa el arte de los rebeldes, de los subversivos que todavía son capaces de subir una voz crítica. Es un activista del arte, el eterno provocador, el que señala las injusticias y la hipocresía, el artista comprometido con el mundo que le ha tocado vivir. Su estilo único ha creado la leyenda. 

 

En tiempo de sociedades sumisas y monocromáticas, representa el arte de los rebeldes, de los subversivos que todavía son capaces de subir una voz crítica

Empezó a pintar en las paredes de Brístol y Londres. Después sus grafitis dieron un salto importante. Aparecieron en Los Ángeles, en Nueva York, en Palestina… ¿Surgieron por todo el mundo o el mundo entero fue Banksy? Siguiendo la máxima del compromiso social y político, sus grafitis aparecían a puntos “calientes”, donde podía hacer crítica de la guerra y los totalitarismos. Jugaba siempre con lo inesperado, con el factor sorpresa. 

Hoy los mejores museos quieren exponer la obra. Mucho antes él había tomado la iniciativa: entró en la Tate Britain y aferró una pieza suya en la pared, cuando nadie lo miraba. Se hizo okupa a través del arte. Llenaba con sus obras los espacios blancos de otros museos. ¿Atrevido? ¿Amante del riesgo? El hombre que siempre ha reivindicado “la pared como arma” entraba en las salas de los museos para ocupar un lugar. La idea del muro transformado en proyectil que despierta conciencias y ataca la injusticia es buena. Antes las paredes siempre habían sido piezas estáticas, marcadores de límites que debíamos saltar. 

¿Quién no se ha sentido fascinado por la muñeca del globo de Banksy? Una niña oscura alarga la mano hacia un globo rojo en forma de corazón, símbolo de la infancia y la libertad. El mensaje es ambiguo. No sabemos si pierde el globo y lo ve alejarse; o si intenta tomarlo y poder sujetarlo. Se ha convertido en un icono. 

La provocación al poder: policías que se besan, ratas que llevan pancartas, monas con armas de destrucción masiva… Banksy lo tiene claro: el arte debería confortar a los perturbados y perturbar a los cómodos”. Esta es, precisamente, su función. Despertar las inquietudes de los que viven en la pasividad, ofrecer respuestas a los que observan el mundo con desconcierto.

Banksy lo tiene claro: el arte debería confortar a los perturbados y perturbar a los cómodos

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